Hay una especie que puede encontrarse en otras zonas pero que abunda en el transporte público, especialmente en el metro y en el tren.
No me refiero a los arrolladores, ni a los mentalistas que intentan que levantes el culo de tu asiento a base de miradas fijas, indirectas y poder mental. Tampoco son los mochileros que te meten con su equipaje en toda la jeta porque no lo dejan en el suelo, ni estoy hablando de los enemigos del aseo personal. Con todos estos puedes, si no razonar, sí al menos hablar o, como mínimo, cruzar dos palabras. Pero existe una élite social a los que nosotros, los simples mortales, no debiéramos osar a importunar.
Y debemos ser cautos pues, pese a su clara condición de Elegidos, Aquellos Quenoaceptantusdisculpas no son identificables a simple vista. Sin embargo, basta con un simple roce accidental con otro usuario del transporte público para determinar si te encuentras en presencia de uno de Ellos.
Tus iguales suelen responder casi automáticamente a tu “¡perdón!” con una amable sonrisa o algún otro gesto que te da a entender que no hay problema. Los Otros te mirarán por el rabillo del ojo (o quizá ni siquiera eso) y resoplarán, bufarán o chistarán para mostrar su más sincero rechazo a tus lerdas disculpas. No, no insistas en demostrar que no ha sido intencionado. No es tu molesta torpeza lo que les incomoda. Es tu infame y vergonzosa existencia lo que resulta tan insoportable a sus Sublimes Presencias. Pero no intentes entenderlo porque tu limitadísima mente es incapaz de comprender a esos seres superiores.
Durante un tiempo pensé que lo más sensato ante la evidencia de que me encontraba ante uno de Ellos era no intentar siquiera disculparme. Es evidente que sólo su generosidad sin límites permite que compartamos este lugar del universo que les pertenece por ley. ¿Quién querría arriesgarse a acabar con Su paciencia y cargar sobre su conciencia la responsabilidad de un Holocausto que te acabaría con todos los nuestros?.
Sin embargo, esta mañana, tras cinco largos años de observación, he tenido una Revelación. A partir de ahora si Uno de Ellos se digna a indicarme su presencia con un resoplido tras mi sincera disculpa, voy a mandarle A TOMAR POR EL CULO. Y es que su Divina Naturaleza sin duda hace innecesaria esa parte de nuestra indigna anatomía, por lo que es evidente que carecen de ella. Así pues, no pueden, de ningún modo, sentirse ofendidos por mi ignorante y lamentable confusión. Sobretodo si lo acompaño con mi mejor sonrisa.
Por las noches, en esas maravillosas dos horas entre la cena y la funda nórdica,
en esos momentos de calma, a veces aprovecho para leer. Ahora, estoy con
Fábulas y Cántico a San Leibowitz.
Pero ahora que el peque tiene el sueño más
pesado, hemos redescubierto el placer de las series. Hemos acabado la 2ª
temporada de The Wire y estamos viendo Madmen hasta que se acaben de bajar Dead set, Dexter, United States of Tara, True blood e In Treatment. Zombies,
psicópatas, identidad disociada, vampiros y visitas al psiquiatra.
Creo que son todas muy recomendables...
pero me compadezco del pobre infeliz que se me cruce en el ascensor dentro de unas
semanas.
Ayer, el peque me contó cosas sobre la "gente de dormir", los personajes que pueblan sus sueños.
En el tren escuché Dream 4:13 dejándome mecer por la voz de Robert Smith. En mi mente soñolienta el vagón de tren se transformó en un enorme tanque de agua color turquesa. Escuchaba las guitarras acuáticas, tan de The Cure, tan familiares como una agradable camiseta de dormir que me ha acompañado durante años.
Acabado el día en el curro, cojí el tren de vuelta. Todos los días subo sobre la misma hora al mismo tren. Una vez más, la misma chica dormía en cierto asiento en la misma postura que el día anterior y el anterior... Yo estaba demasiado cansada para comprobar que no era un maniquí de atrezzo que alguien cambia de ropa todas las mañanas. Un día debería hacerlo.
Llegué a casa. -¿De qué color tiene los ojos Miguel?. -Madones. -¿Y cómo son los de mamá?. -Negros. Y billantes... como las estrellas.
Por muy ñoño que pueda sonar, todo el cansancio se esfumó de repente. Sólo quise sacudirme la rutina, despejarme y exprimir cada minuto del resto del día con esa criatura de ensueño.