“Esta copia de Windows no ha pasado el proceso de validación Vd. podría ser víctima de software ilegal”.
“Parece que no hay espacio suficiente...”.
¿Por qué los ordenadores hablan constantemente sin que les preguntes?. Es más: ¿por qué hablan a veces con circunloquios?. ¿Por qué no: “Actualiza el antivirus”. “Está lleno”, “Somos los de Microsoft. Este mensaje es sólo para molestarte porque tu Windows es pirata”?.
A ver, se supone que las máquinas son totalmente imparciales y objetivas. Entonces, ¿por qué no dicen las cosas claramente?. ¿Acaso los programadores, o Microsoft o quienquiera que esté detrás de esos textos políticamente correctos cree que un ordenador puede herir nuestros sentimientos?.
“Parece que usted es víctima..”. Es como lo de Gila: “parece que alguien ha matado a alguien...”. Hombre, por Dios. Que ya somos mayorcitos.
Personalmente, espero que una máquina me hable como un prospecto o una cajetilla de tabaco. Quiero que me diga verdades sin más: “ “Produce somnolencia”. “Fumar mata”. Cualquier otra actitud por parte de algo incapaz de sentir me da escalofríos, porque... ¿de dónde procede su amabilidad, o su paternalismo? ¿a qué se debe?. ¿Qué quiere de mí?
“¿Disculpe?” dice la voz femenina del bluetooth al oir nuestros improperios cuando nos damos cuenta de que el GPS nos ha guiado hasta un descampado sospechoso. Diría que hay cierto sarcasmo y algo de sorna en esa voz de lata.
Pero quizá es porque ando paranoica y veo tostadoras donde no las hay desde que acabé de ver Battlestar Gallactica.
El viernes pasado dí un auténtico espectáculo totalmente involuntario en el cercanías llorando como una imbécil mientras leía Pedro y Yo. Vale. El dibujo no me convence, pero la historia me tocó la fibra. Mucho. Supongo que de eso se trataba.
Menos mal que levanté la vista y un cartel me sacó de la miseria... y me hizo sonreir ... pero después entré en un bucle de pensamiento infinito
Uno va por ahí de generoso dejando trocitos de uno mismo con la gente. Hay quien agradece tu atención e incluso te da una propina de más, pero otras veces, al igual que pasa cuando dejas libros, la gente no lo valora y nunca te los devuelve. No pasa nada. A todos nos ha pasado y no se trata de ir racionándote, o sólo dar esperando recibir. Pero si ocurre demasiadas veces, si no tienes cuidado, un día te das cuenta de que por el camino te has quedado en la mitad.
Sí, sí. A fuerza de entregar, a veces ocurre que de repente te falta un trozo más o menos grande. En el mejor de los casos, es la yema de los dedos... o la punta de la nariz. Pero otras veces descubres, quizá demasiado tarde, que tienes un enorme agujero en el estómago y se puede ver a través de tí. Y entonces, cuando la transfusión ha sido demasiado grande, puede que el resto de tí empiece a deshacerse o desmadejarse, por falta de algo que lo mantenga unido. Simplemente te desvaneces, como un haz de globos de feria mal atado o un banco de peces sorprendido por el chapuzón de una gaviota hambrienta.
Puede ocurrir lentamente. Si pierdes el corazón puedes malvivir durante un tiempo como un zombie que sólo se mueve por los instintos más básicos:comerdormirfollar. Peor aún: si pierdes la cabeza acabas convertido en un ser traslúcido al que es difícil ver u oir si no se le presta mucha antención. Acabas como un tú diluido, demasiado aguado... una infusión de lo que antes eras.
A mí, lo único que me ha servido de cemento en casos de urgencia, cuando he tenido que recomponerme, ha sido un abrazo tan largo que parecía absurdo, o música fuerte, sólida, a todo volumen, maravillosamente desgarrada. De esa que hace que te muevas de pura rabia.
Tenía un post aparcado desde hace unas semanas porque últimamente no tengo tiempo para actualizar. Desde hacía más de un mes Sandman y yo escuchábamos canciones de la Motown en el coche con el peque y nos lo pasábamos como enanos. Las de los Jackson 5 las repetíamos cuando acababan. Y siempre me golpeaba el mismo pensamiento.
Me gustan los niños. No soy, ni mucho menos, una mamá perfecta, pero intento ser una buena. Aunque a veces también me enfado mucho, tengo una batalla personal con la gente que, sin admitirlo, cuando se enfadan les tratan como "menos que una persona" y hacen cosas con ellos que ni se les pasaría por la cabeza hacer a un adulto: gritarles, llamarles "torpe" o "bruto", darles un azote ("de vez en cuando"), ladrarles órdenes, amenazarles, arrastrarles cuando no hacen lo que quieres,... .
Podría estar horas escuchando a un niño. Me fascina oírles hablar y su pensamiento lateral. Veo en ellos una belleza que no puede compararse con otra cosa. Me gusta la fotografía de niños y tengo en Favoritos colecciones/álbumes de flickr como esta o esta otra. Cuando hay un grupo de adultos y niños, de alguna forma, siempre acabo haciendo el payaso rodeada de los segundos. Si no tengo un mal día disfruto de su compañía. También la de la mayoría de los adultos (si no tengo un mal día), pero es distinto.
No justifico a Michael Jackson. Por supuesto, no sé si era culpable o inocente. Sí, a veces se le iba la pinza (mucho) y cometía errores. Pero no me hacían ni puta gracia las bromitas sobre él y los niños que todo el mundo hacía desde hace años. Porque tal vez sólo fuera un enorme bulo. Es probable que NO fuera un pervertido. Quizá, simplemente le gustaban los niños, en la acepción más pura de "gustar". Como a mí. Y entonces sería terrible.
Y si fuera así y yo fuera un tío... yo sería un jodido Michael Jackson pobre, sin Neverland ni dinero para rarezas.
R.I.P., Michael.
:: Susurros de _Muerte_ a las 9:19 a. m. [+] ::
:: 6.6.09 ::
A los trenes, sí, esos flamantes vehículos serpentinos, tan seguros, tan de fiar, que siempre te llevan a tu destino a tiempo... los carga el diablo. Esta mañana, después de 6 años utilizándolos de forma intensiva para moverme por la Gran Ciudad, he tenido, lamentablemente, la oportunidad de comprobarlo.
Tecleaba en mi miniportátil de camino al trabajo cuando, al levantar la vista, leí fugazmente el letrero con el nombre de la estación donde me bajo todos los días. Las puertas seguían abiertas así que me levanté de un salto e intenté bajar. Lo intenté, digo. En ese momento las puertas se cerraron con una fueria terrible y el tren comenzó una carrera fenética. Miré a mi alrededor buscando la mirada de los otros pasajeros, pues el tren parecía ir mucho más rápido de lo normal. Pero todos habían bajado en la parada que yo me había pasado.
Los minutos se hicieron eternos hasta que finalmente pude bajar en la siguiente estación, que era el final de la línea. No me sonaba nada. Había decenas de vías. La gente parecía caminar a cámara lenta y el aspecto de muchos me hizo pensar, de alguna manera, en la cantina de una nave interestelar. Averigüé que debía coger un tren de la línea 1.
El pasillo hacia la línea 1 sólo tenía 3 puertas. 2 tenían una botonera para introducir un código. La otra era la de un montacargas que no bajaba. Mil veces busqué otra forma de bajar al andén pero no la había. Llevada por lo surreal de todo aquello tecleé "0000" en una de las puertas y sorprendentemente se abrió descubriéndome una especie de reunión clandestina. Como si hubiera traspasado una puerta secreta del Madrid de Abajo, como si fuera Richard Mayhew de Neverwhere. Corrí y milagrosamente el montacargas bajó al andén. Tras una tensa espera en la que pensé que posiblemente todas las vías de aquella extraña estación estaban muertas, conseguí montarme en un tren que me llevó de vuelta a un lugar que me resultaba familiar.
Supongo que vivo para contarlo porque soy la orgullosa madre de un pequeño fan de los trenes. No quiero ni pensar que habría sido de mí si hubiera sido una ciudadana anónima más. Sin duda algo se removió en sus corazones de pistones y me dejaron marchar sólo porque tengo la casa llena de decenas y decenas de diminutas locomotoras a las que conozco por su nombre y visito el Museo del Ferrocarril con el enano todas las semanas.
Al llegar al curro tuve que decir que me había dormido. De haber intentado dar más explicaciones seguramente estaría escribiendo desde un manicomio. Aunque ahora que lo pienso, quizás fue el jarabe para la tos.
¿Muñecas articuladas orientales?. Un niño de resina, con cara de ángel contrariado. Unos ojos de anime con una mirada intensa, entre triste e inquisitiva. Nunca hubiera pensado que me llamara la atención algo así. Yo que era más de lápices, canicas y coches Guisval.
Pero sí, con estos años e ilusionada por una muñeca. Medio año ahorrando y pasando las noches buscándole por internet unos ojos grises de cristal que le den una mirada más cálida, un pelo suave, un pequeño jersey de calaveras. 41 cm de ¿vale que tú eras un...? y de aquellos viajes de verano en coche, parloteando y asomando diminutas cabezas por la ventanilla para que ellas también vieran el paisaje. Había en todo aquello un cariño absurdo a ojos de los que ya nunca serán niños.
Hay quien recurre a sustancias para ver las cosas distintas, pero a veces basta con hacer el ejercicio de verlo todo con ojos de niño, sin esterotipos que te impidan hacer algo. Sin reparos, vergüenza ni complicaciones. Disfrutar de lo surreal y lo mágico de aquellos años en los que compartías un bocadillo sentado en el patio del cole y en los que una caja de galletas “campurrianas” con ventanas recortadas era, por supuesto, un autobús. ¿Por qué no jugar con muñecas?.
Voy a imprimirme unas tarjetas muy serias en las que se pueda leer esto bajo mi nombre completo:
_M_. Funambulista del Sueño. Devoradora de historias. Gran desaparecedora de cosas. Yonqui musical. Bloguera inconstante y comiquera. Mamá que canta y dibuja. Meto tesoros en tuppers que escondo en el campo para que otros los encuentren. He empezado a jugar con muñecas. ¿Algún problema?.
Siempre acabo escribiendo sobre el metro o el tren, pero es que sólo encuentro tiempo para escribir o teclear en los vagones. Y me fascinan. Son un lugar recogido y entre dos mundos, fronterizo. Como una iglesia. Como la Posada del Fin de los Mundos de The Sandman.
Me gusta mirar los entresijos de los túneles subterráneos cuando viajo. Los haces de tubos, casi orgánicos, las portezuelas, los conductos en penumbra. Son como un cuadro de Giger tras un cristal ahumado. Fuera de los vagones también hay misterios. Hace unas semanas vi a mis pies la marca de Batman en el borde de una andén de la línea 5: un murciélago perfecto que alguien se había molestado en pintar con la ayuda de un spray y una plantilla.
El tren se para en el andén de la estación de Embajadores, con su techo de láminas metálicas brillantes, como enormes braquias. Me recuerda los túneles de lanzamiento de la Battlestar Galáctica.
Ahí está el inframundo, a la vista de quien levante la vista del diario gratuito, y le dedique un instante de atención ignorando su propio reflejo en el cristal. Es un paisaje oscuro y surreal, pero no tan sombrío como lo que puedes encontrar al subir a la superficie, a plena luz del día, o unos pisos más arriba en la oficina de alguna multinacional poblada de cylones de apariencia humana pero sin alma .
Tras 2 años de calma, alguien que casi me hizo perder la cabeza recupera su puesto anterior. Esta mañana he cargado el mp3 con música para la batalla. Llevo cota de mallas, la barbilla alta y pintura de guerra en las mejillas. Repito mantras como Arya Stark mientras subo en el ascensor del rascacielos.
Hay una especie que puede encontrarse en otras zonas pero que abunda en el transporte público, especialmente en el metro y en el tren.
No me refiero a los arrolladores, ni a los mentalistas que intentan que levantes el culo de tu asiento a base de miradas fijas, indirectas y poder mental. Tampoco son los mochileros que te meten con su equipaje en toda la jeta porque no lo dejan en el suelo, ni estoy hablando de los enemigos del aseo personal. Con todos estos puedes, si no razonar, sí al menos hablar o, como mínimo, cruzar dos palabras. Pero existe una élite social a los que nosotros, los simples mortales, no debiéramos osar a importunar.
Y debemos ser cautos pues, pese a su clara condición de Elegidos, Aquellos Quenoaceptantusdisculpas no son identificables a simple vista. Sin embargo, basta con un simple roce accidental con otro usuario del transporte público para determinar si te encuentras en presencia de uno de Ellos.
Tus iguales suelen responder casi automáticamente a tu “¡perdón!” con una amable sonrisa o algún otro gesto que te da a entender que no hay problema. Los Otros te mirarán por el rabillo del ojo (o quizá ni siquiera eso) y resoplarán, bufarán o chistarán para mostrar su más sincero rechazo a tus lerdas disculpas. No, no insistas en demostrar que no ha sido intencionado. No es tu molesta torpeza lo que les incomoda. Es tu infame y vergonzosa existencia lo que resulta tan insoportable a sus Sublimes Presencias. Pero no intentes entenderlo porque tu limitadísima mente es incapaz de comprender a esos seres superiores.
Durante un tiempo pensé que lo más sensato ante la evidencia de que me encontraba ante uno de Ellos era no intentar siquiera disculparme. Es evidente que sólo su generosidad sin límites permite que compartamos este lugar del universo que les pertenece por ley. ¿Quién querría arriesgarse a acabar con Su paciencia y cargar sobre su conciencia la responsabilidad de un Holocausto que te acabaría con todos los nuestros?.
Sin embargo, esta mañana, tras cinco largos años de observación, he tenido una Revelación. A partir de ahora si Uno de Ellos se digna a indicarme su presencia con un resoplido tras mi sincera disculpa, voy a mandarle A TOMAR POR EL CULO. Y es que su Divina Naturaleza sin duda hace innecesaria esa parte de nuestra indigna anatomía, por lo que es evidente que carecen de ella. Así pues, no pueden, de ningún modo, sentirse ofendidos por mi ignorante y lamentable confusión. Sobretodo si lo acompaño con mi mejor sonrisa.
Por las noches, en esas maravillosas dos horas entre la cena y la funda nórdica,
en esos momentos de calma, a veces aprovecho para leer. Ahora, estoy con
Fábulas y Cántico a San Leibowitz.
Pero ahora que el peque tiene el sueño más
pesado, hemos redescubierto el placer de las series. Hemos acabado la 2ª
temporada de The Wire y estamos viendo Madmen hasta que se acaben de bajar Dead set, Dexter, United States of Tara, True blood e In Treatment. Zombies,
psicópatas, identidad disociada, vampiros y visitas al psiquiatra.
Creo que son todas muy recomendables...
pero me compadezco del pobre infeliz que se me cruce en el ascensor dentro de unas
semanas.
Ayer, el peque me contó cosas sobre la "gente de dormir", los personajes que pueblan sus sueños.
En el tren escuché Dream 4:13 dejándome mecer por la voz de Robert Smith. En mi mente soñolienta el vagón de tren se transformó en un enorme tanque de agua color turquesa. Escuchaba las guitarras acuáticas, tan de The Cure, tan familiares como una agradable camiseta de dormir que me ha acompañado durante años.
Acabado el día en el curro, cojí el tren de vuelta. Todos los días subo sobre la misma hora al mismo tren. Una vez más, la misma chica dormía en cierto asiento en la misma postura que el día anterior y el anterior... Yo estaba demasiado cansada para comprobar que no era un maniquí de atrezzo que alguien cambia de ropa todas las mañanas. Un día debería hacerlo.
Llegué a casa. -¿De qué color tiene los ojos Miguel?. -Madones. -¿Y cómo son los de mamá?. -Negros. Y billantes... como las estrellas.
Por muy ñoño que pueda sonar, todo el cansancio se esfumó de repente. Sólo quise sacudirme la rutina, despejarme y exprimir cada minuto del resto del día con esa criatura de ensueño.
Anoche, tras la rutina de los últimos días: dormir al enano-cena-DVD The Wire, de repente descubrimos que le habíamos robado una hora al continuo espacio-tiempo. Para nuestra sorpresa era 1 hora antes de lo habitual. No había explicación posible.
Curiosamente, algunos de los relojes de la casa (el del termostato, el CASIO de Sandman, el despertador del chino) se aferraban a la lógica y se obstinaban en indicar la hora que DEBERÍA ser. Otros parecían regalarnos 1 hora extra. 60 minutos de ocio. Hace 2 años me hubiera parecido una tontería, pero para una madre es todo un lujo.
Esta mañana, en el cercanías, todavía intrigada por el fenómeno de la noche anterior, me ha sorprendido un reloj que marcaba las 4 de la tarde. Se me ha parado el reloj pese a ser automático y llevarlo siempre puesto. Sin duda todo esto debe significar algo pero no tengo ni la más remota idea del qué. Sólo se que con este descontrol horario he desayunado a las 12:30, y he comido a las 4:30 y ya no se si voy adelantada o atrasada. Soy como un corredor despistado que no sabe si está doblando a alguien o recortando distancias con alguien que llevaba una vuelta de ventaja.
Quizá debería alegrarme porque tal y como está la cosa quizá sea mi única oportunidad en muchos años de “fardar” de jet lag transoceánico, como hace la gente sin vida (más allá del trabajo) de mi oficina.
El día de Año Nuevo en una gran ciudad es como una película en la que falla algo o una orquesta de músicos desafinados. Es como estar viendo gente que, por alguna razón, no cuadra en ese lugar.
A las 4 de la tarde ves en el metro gente vestida con lentejuelas y rasos con restos de purpurina. Perdida ya la elegancia de la noche pasada, con las corbatas o los zapatos de tacón en la mano, hablan de cosas triviales. Se les fundió la luz del garaje. Su cubo de basura también tiene sólo 2 compartimentos, así que la bolsa para el cristal está en la terraza.
Por la calle una señora en chándal ostenta aún el recogido imposible de la noche anterior como una Maria Antonieta trasnochada. Por supuesto, pretende conservarlo algún día más.
Muchos andamos con algunas horas de sueño menos y nadie parece tener claro qué hora es. Zombies con jetlag esperan que el semáforo se ponga en verde mientras hablan con sordina, para no molestar. Se diría que paseamos como quien sale de la habitación de un bebé recién dormido.
Hay matasuegras en las papeleras, gente que te devuelve el cambio con uñas con brillantes y por todas partes hay algo que chirría... algo melancólico y desconcertante. Como en un videoclip de Radiohead. Como en uno de esos pasatiempos en los que debes encontrar el elemento que no pertenece a la escena.
Aún y así, una tarde de chocolate caliente y de conversaciones cálidas con amigos puede conseguir que pases por alto todas esas señales inequívocas de que has sido abducido por los extraterrestres y colocado en una réplica inexacta y grotesca de tu ciudad.